Publicado 01-12-2002
¿Cómo podemos pasar de consumidores natos a verdaderos productores de tecnología…? ¿De país importador a exportador de productos con alto valor agregado? La innovación tecnológica marca la diferencia.
En días recientes la Embajada de Chile en Austria convocó a un simposio internacional, en conjunto con la Organización de Naciones Unidas para el Desarrollo Industrial (ONUDI). El tema central del evento giró en torno al papel de la tecnología en la solución de la pobreza y el hambre en los países en vías de desarrollo.
Una característica típica del subdesarrollo es la economía monoproductora, esquema que no se ajusta a la situación de Chile en el presente, como sí lo hacía hace varias décadas. Junto al cobre, la madera y las frutas, las exportaciones no tradicionales están ganando un espacio cada vez mayor en nuestro horizonte económico. En 2001, el 38% de las ventas chilenas al exterior, más de 6.600 millones de dólares, estuvieron representadas por disímiles productos y servicios: especies marinas, vinos, fertilizantes, hojas de afeitar, sistemas de posgrado, maquinaria de limpieza de las vías públicas, entre otros.
Creatividad y espíritu emprendedor probablemente nunca nos haya faltado como país. Sí nos falta, definitivamente, el factor capaz de reformar de manera drástica nuestra economía, que sin ser monoexportadora a estas alturas se mantiene escasamente tecnificada. Este factor transformador es la innovación tecnológica aplicada a la esfera productiva, y representa la única posibilidad de incorporar mayor valor a las exportaciones, lo que se da en llamar valor agregado.
LA TECNOLOGIA “DURA”
Para Chile, pasar de país importador a exportador de productos con alto valor agregado resulta la verdadera diferencia entre ser un país desarrollado o sólo ilusionado con serlo.
Ante todo debemos cerciorarnos de que tecnología, como concepto, no se refiere únicamente a esos objetos de plástico, polímero o metal, generalmente de líneas rectas, que exportan “a granel” los europeos, norteamericanos, chinos y japoneses.
Tecnología, se olvida a veces, no sólo es software, hardware y redes, aunque el término se aplique generalmente a una serie de productos y servicios de consumo -más o menos- masivo.
La tecnología “dura”, o “tangible”, implica para el consumidor, en este caso chileno, dedicar parte de sus ingresos a adquirir celulares, electrodomésticos o a comprar por Internet. Sin embargo, también puede significar en muchos casos una fuente de ingresos; y no necesariamente porque este coterráneo trabaje en la ensambladora de computadores de alguna transnacional, ni porque le saque provecho a su equipos electrónicos en tanto los usa como herramientas de trabajo o de negocios.
La tecnología puede convertirse en una fuente de empleo en sí misma. Sólo que debemos acostumbrarnos a descubrirla, o a tenerla omnipresente; en definitiva aplicarla.
TRADICION Y MODERNIDAD
Si bien el “fenómeno tecnológico” puede darse en procesos antiguos y artesanales, como durante la fermentación de la uva para producir vino, en Chile por ejemplo se sofistica cada día más este procedimiento y toda la industria asociada al espirituoso licor. Ahora nos encontramos determinando los marcadores moleculares de nuestros tintos, para distinguirlos dentro del exigente mercado donde compiten; y en general año tras año se hallan nuevas soluciones a los principales problemas de la vitivinicultura nacional.
La innovación tecnológica aplicada a la industria o la agricultura a veces se propone obtener plantas mejoradas genéticamente para aumentar su productividad. O dejar a punto una bacteria para que refine los desechos de minerales de cobre, de manera que pueda obtenerse mayor cantidad de metal de buena ley. O introducir especies foráneas vegetales y animales y elaborar su tecnología de cultivo de acuerdo al clima y las condiciones geográficas de Chile (nada más y nada menos porque sus precios de comercialización extremadamente altos).
Todo lo descrito arriba se lleva a cabo en nuestro país actualmente, gracias a que se está llegando a una mayor –aunque todavía tímida- colaboración entre las empresas y las universidades e institutos de investigación. En este sentido cabe destacar la acción de instancias como el Fondef de CONICYT, fondo que financia actividades de investigación y desarrollo y transferencia tecnológica. Vale también destacar que la tecnología, lejos de sustituir al hombre por la maquinaria, está demostrando su capacidad de generar nuevas fuentes de empleo.
VIEJA Y NUEVA ECONOMIA
La innovación tecnológica puede considerarse entonces un hecho más cercano a nuestra realidad cotidiana que Sillicon Valley, Suecia o Japón. El auge, o prosperidad, de estos polos de la nueva economía, no es quizá la prosperidad con la que estamos más en deuda en Chile.
Se quiera emular o clonar el asentamiento ultra tecnológico del valle californiano en el Valparaíso de los cerros y el mar. Pero tal vez no sea tan urgente trabajar a escala de polos tecnológicos en Chile, como sí lo es que la industria incorpore innovación tecnológica de forma paralela a través de todo el país.
De modo que la mejor vía para integrarnos a la nueva economía bien podría ser, sin ir más lejos, realizar en el ámbito nacional un trabajo de verdadera restauración (entendida como reparación, no como reinstalación) de la “vieja economía”, bajo un nuevo enfoque que acoja de manera profunda la transferencia de tecnología desde los centros de investigación.
Entre las conclusiones del reciente Foro celebrado en Austria, a iniciativa de la Embajada chilena en ese país, se expuso que a nivel mundial mueren de hambre aproximadamente 30 personas por minuto. Nuestro país afortunadamente escapa de esta nefasta estadística. En Chile la tecnología, y particularmente la innovación tecnológica, representan una oportunidad, una oportunidad inevitable por así decirlo, para dar el gran salto desde la pobreza hacia el ideal de país desarrollado.
La Gironda
Periódico Mensual
Diciembre 2002
página 20
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