Publicado 15-12-2003
La acuicultura, cultivo de especies acuáticas, se posiciona como la proveedora de alimentos del futuro. En este camino Chile tiene privilegios: aguas puras, condiciones climáticas y el conocimiento dejado por 10 años de desarrollo del salmón. El potencial ya se concreta con cultivos de abalones, ostiones, choritos, camarones, algas y peces.
El agua, igual que la tierra, se planta. No sólo de salmones, como cree la mayoría de los chilenos. Chinos, indios o japoneses cultivan en sus playas, ríos y lagos peces como lubinas, angulas y tilapias, crustáceos como camarones, langostinos o cangrejos.
Un cultivo esmerado y cuidadoso que, tal como el del trigo o las papas, se siembra, nutre y cosecha, y que en el futuro inmediato dará mucho que hablar.
Revolución en curso
Si en los ’60 los ojos del mundo se volcaron hacia la agricultura como la gran fuente de alimentación, en la primera década del siglo XXI las miradas apuntan hacia la acuicultura.
Si entonces el uso de fertilizantes y de variedades mejoradas aumentó en forma exponencial la productividad de la tierra, en la denominada revolución verde, hoy se habla de la revolución azul. Una nueva versión de aquella, pero “reload”, o sea mejorada y en el agua.
Las razones son varias. El retroceso y desgaste de la tierra cultivable a nivel global, el agotamiento de la biomasa marina y la pesca extractiva, el aumento en el consumo de pescado y los avances tecnológicos acuícolas hacen que los cultivos en el agua se avizoren como “la” fuente de alimentos del futuro.
No en vano la FAO estima que para 2030, la demanda por alimentos marinos crecerá en razón de dos millones de toneladas por año. Una situación de la que los hombres de negocios del mundo ya están tomando nota.
Chile, en tal sentido, tiene mucho que decir. Si bien gran parte de ese consumo futuro será provisto por países como China, India o Bangladesh, dedicados a una acuicultura heredada de tiempos inmemoriales, existe un nicho que será provisto por la acuicultura moderna.
Una actividad que recién cumple 30 años, la nada misma respecto de los miles de la agricultura y que en la última década presenta un gran desarrollo tecnológico, que ha ido de la mano de una demanda creciente.
Por eso en acuicultura se debe, literalmente, separar aguas. A Chile le corresponde navegar por las más puras y correntosas, en que se cultivan “especialidades” tales como el abalón, los camarones o la merluza austral. Allí la competencia es fuerte, pero Chile ya va a la punta, con exportaciones de salmón que para este año bordearán los 892 millones de dólares en retornos.
El “know how” de la industria es una ventaja que bien puede ser aplicada como base para la incorporación de otras especies a la acuicultura chilena. A ello se suman las importantes ventajas comparativas, que son en gran medida responsables de que hoy en salmón, Chile le pise los talones a Noruega, el primer productor mundial.
Vital en tal sentido es la pureza de su ambiente acuático. Estar en la punta más austral del planeta, con aguas que se diluyen en 4.200 kilómetros de costas es un lujo que ningún otro país en el mundo se puede dar.
“En el hemisferio sur vive sólo un 8% de la población del planeta, por lo que por muy mal que se hagan las cosas las aguas del sur están más limpias. Además, Chile es dueño del 90% de la zona austral, donde la población es de menos de 0,5%”, sostiene Gustavo Parada, gerente del área de recursos marinos y acuicultura de Fundación Chile.
Limpieza que permite, además, que las aguas de Chile estén aún plagadas de flora y fauna microscópicas que son el alimento de las especies mayores.
Hay otros factores.
“Por nuestras corrientes y nuestro clima no tenemos aguas extremadamente heladas en invierno. Ello hace que las especies crezcan más rápido que en otras latitudes, incluso en esa época del año”, explica el profesor de la Universidad de Los Lagos, doctor Alejandro Buschmann.
Todas condiciones que nos vuelven más competitivos.
“En Chile se debe suministrar menos alimento y se usa menos mano de obra. Si a ello se agrega la mayor velocidad de desarrollo se concluye que tenemos alta competitividad”, recalca Buschmann.
El tema está en la agenda del Gobierno, que tiene a la acuicultura como uno de los polos de desarrollo económico actual y futuro más relavantes, tanto o más que la fruta y el vino.
“Estamos conscientes de ese potencial. Por ello la Política Nacional de Acuicultura establece un marco de referencia”, indica Ricardo Norambuena, jefe del departamento de acuicultura de la Subsecretaría de Pesca.
Despacito por las piedras
Silenciosamente, más allá del salmón, el potencial acuícola chileno se ha ido concretando. La cría de lenguado y turbot en Tongoy; merluza austral y corvina, en Puerto Mont y abalones, ostiones, machas, almejas, navajas, choros y choritos en el norte chico, lo evidencian.
Acostumbrados a verlos en mariscales, sopas marinas o curantos, pocas veces reparamos en su potencial exportador.
A nadie se le pasaría por la mente, por ejemplo, que el Mytilus chilensis o chorito generó retornos por US$ 11,2 millones en el primer semestre de 2002, 30% más respecto de igual período del año anterior.
“Quizás por sí solas estas especies no van a ser otro salmón, pero si varias se juntan pueden llegar a tener un desarrollo semejante al de la salmonicultura”, dice Buschmann.
Algunos rompen la regla. El abalón japonés, por ejemplo, se la puede solo. Únicamente en Asia existe una demanda insastisfecha de 4 mil toneladas. En Tokio se paga a US$ 80 o más el kilo con concha. El precio salta a los US$ 300 y hasta US$ 3 mil según la oferta, en el caso del producto deshidratado.
Su cultivo en Chile concentra inversiones por US$ 4.500 millones, en proyectos Fondef de Conicyt.
En una escala más modesta, las pruebas de camarón de río en Puerto Montt podrían ser una alternativa de diversificación para productores agrícolas sureños.
“Ese u otros productos son una opción para pequeños productores que con pocos recursos pueden desarrollar una acuicultura rural distinta a las de las grandes empresas”, sostiene Francisco Serra, director de Ingeniería en Acuicultura de la Universidad Andrés Bello.
La cara oculta…
Hasta aquí la la parte azul del sueño. La sustentabilidad ambiental del negocio y el desa-rrollo de mayor investigación, son, en cambio, la parte oscura.
Los detractores de la acuicultura, a nivel global, siembran dudas respecto al impacto que la cría de peces, mariscos y moluscos, tiene sobre ríos, lagos y mares.
Los residuos del alimento que se deposita en los fondos, los peces muertos, el uso de antibióticos, la transmisión de enfermedades de la fauna exótica sobre la nativa y su propagación accidental, son variables que deben controlarse, para no replicar los impactos negativos que la otra revolución, la verde, produjo en el medio ambiente.
Una crítica estructural tiene que ver con el uso de biomasa marina para alimentar a los peces en cautiverio. En castellano, la reducción de anchovetas, sardinas y jureles en harina de pescado que, compactada en pellets, sirve para alimentar salmones.
El tema, sin embargo, está en vías de solución mediante el suplemento vegetal. En Chile, por ejemplo, el trigo aparece como la gran fuente de alimento futuro para la salmonicultura.
“Esta, como cualquier acción humana, tiene efectos ambientales y si no se hacen bien las cosas se puede pisar la cola del desarrollo”, enfatiza Buschmann.
Temas cruciales, en tal sentido, son la planificación de la capacidad de carga de la cuenca de los ríos y la zonificación del borde costero.
Estrechamente ligado al tema ambiental, está el desarrollo de la investigación acuícola. De hecho, es una vía para minimizar sus impactos ambientales, además de optimizar el uso de recursos.
“Si bien Chile está entre los tres primeros productores del mundo de salmón, ni siquiera está entre los 10 primeros generadores de conocimientos en ciencias del mar. Tenemos que invertir en ello para avanzar realmente y no sólo importar paquetes tecnológicos”, dice Buschmann.
Sólo a modo de ejemplo: aún escasea la investigación en marea roja, mal que periódicamente asola las costas sureñas y que de no ser controlada puede afectar el desarrollo de la industria de los bivalvos.
“En conjunto con el sector privado, debemos pasar desde el inmediatismo a la planificación de esta actividad. El futuro, en este orden de cosas, como en muchas otras, no es mañana sino ahora”, enfatiza Norambuena.
Política Nacional
El interés del Gobierno por el tema de los cultivos en agua se tradujo en la Política Nacional de Acuicultura (PNA), recientemente promulgada.
En la práctica, crea la Comisión Nacional de Acuicultura, donde se reunirán representantes del sistema público y privado asociados a la actividad. Éstos elaborarán y propondrán acciones para la implementación de los principios establecidos en la Política, lo que implicará perfeccionar el marco normativo para la actividad, reconocida como altamente regulada, con una visión de largo plazo que permita el de- sarrollo de una actividad sustentable en todo aspecto.
De las vacas a los camarones
De familia de agricultores y ganaderos, en las cercanías de Puerto Varas, Juan Carlos Brintrup está a punto de romper con la tradición: se sumerge en el cultivo de camarones de río del sur o astaticultura, iniciativa emprendida por Fundación Chile y con cofinanciamiento FDI Corfo.
“La baja rentabilidad del campo en los últimos años nos llevó a incursionar en este proyecto como una forma de participar en la reconversión agrícola”, cuenta Bintrup.
Cada agricultor – a Brintrup lo acompañan otros dos- tuvo como requisito tener un río, en el que construyó una laguna de entre 50 y 200 metros. Ahí llegan los pequeños crustáceos que en su etapa inicial son criados en el centro experimental Quillaipe de Fundación Chile, en Puerto Montt. Son hijos de reproductores seleccionados del medio natural.
“Los resultados han sido muy buenos, pero sólo tendremos más antecentes después que concluya el proyecto para lo que faltan algunos meses”, dice Brintrup.
Choros para las tareas
En Quinchao, Chiloé, los adolescentes que asisten al liceo Insular saben que al egresar no les costará encontrar trabajo: su especialización se orienta a la necesidad de la zona y se titulan de técnicos acuícolas. “La carrera se estableció debido al auge de la acuicultura y por la necesidad que existe de profesionales de mando medio”, cuenta Marcelo Moya, director de la especialidad del establecimiento.
Para preparar a sus 450 jóvenes en el cultivo de peces, moluscos, crustáceos y algas el colegio tiene su propio centro de cultivo donde producen choritos y truchas, y practican con otras especies. “Optamos por el chorito porque requiere baja inversión y tiene muy buenas perspectivas a futuro”.
El dinero que genera es reinvertido para abastecerse de semillas y alimentos, además de equipos como motores fuera de borda, botes y trajes.
“Dado el crecimiento de las distintas industrias acuícolas, cerca del 85% de los alumnos titulados están contratados o estudiando, dice Moya.
Choritos, una industria creciente
Russie Luengo (44) es dueña de cuatro hectáreas totalmente sembradas en la isla de Lemui, en Chiloé. Las destina a la engorda y cada 18 meses obtiene 100 toneladas de cada una. El kilo lo vende entre $100 y $135. Sus hectáreas, sin embargo, no son de tierra, sino de mar; el cultivo no es un cereal, sino choritos; Russie no es agricultora, sino acuicultora.
Hasta hace cuatro años había realizado “un montón de trabajos”. Entonces descubrió que podía volverse mitilicultora, como se denomina a quienes crían choritos.
“El 99 aumentó la demanda externa y empezó un crecimiento de las plantas. Eso abrió los ojos de muchos”, cuenta esta empresaria que ha aprendido a pulso de un cultivo sobre el que la información es escasa.
Su primera pelea fue conseguir la concesión de aguas. “Adquirimos una que estaba entregada. Nos tomó como dos años. Después pedimos una nueva. Fueron cuatro años de trámites. Esta lentitud es lo que lleva a mucha gente a empezar como ilegal. Ante un buen negocio uno no se puede sentar a esperar”.
Los choritos son una opción interesante pues requieren poca inversión. “Reciclamos flotadores, lienzos, mallas de la industria del salmón o la pesquera”, cuenta Russie.
El problema es obtener la semilla. “Se captura de bancos naturales, pues aún no hay muchos avances en su producción en laboratorios”.
Tras unos 18 meses de engorda en que comen lo que les trae la corriente, están listos.
A los mitilicultores de Chiloé les preocupa la llegada cada vez mayor de capitales extranjeros. “Vienen con muchos recursos y les es fácil adquirir concesiones que están funcionando. Llegan a tener hasta cien hectáreas”, dice con algo de susto.
Ella y sus colegas están empeñados en que se los reconozca como productores
“Queremos que nos conozcan, porque las decisiones que definen nuestra actividad se toman muy lejos, sin saber cómo es nuestra labor y cómo nos afectan”, dice, en alusión directa a la Política Nacional de Acuicultura.
Revista Del Campo – El Mercurio
15 de diciembre de 2003
página 8
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