Publicado 14-08-2006
Chile quiere apostar por los biocombustibles, como ya lo han hecho otros países. Pero no es tan fácil decidir cuál es la materia prima vegetal más idónea para nosotros.
En 1898 el ingeniero alemán Rudolph Diesel presentó en París su gran invento, un motor de aceite pesado. Pero poco se recuerda que lo hizo funcionar con aceite de maní, algo que hoy podría ser considerado un “biodiésel”. De hecho, él creía que el futuro de su invento estaba en la biomasa, la materia orgánica producida mediante procesos biológicos.
Pero eso no sucedió; al menos, hasta ahora, porque la crisis del petróleo ha hecho que la bioenergía vuelva a ser contemplada, incluso en Chile. En dos años más, Chile debería estará produciendo biodiésel y bioetanol, si se cumplen los planes de la presidenta Bachelet.
La bioenergía se presenta en forma de biomasa sólida, líquida o gaseosa, y la asamos desde que inventamos el fuego. Pero también se le pueden dar usos más sofisticados. Hoy es posible incinerar madera en instalaciones especiales para generar electricidad, convertirla en gas, transformar cultivos en combustibles líquidos y una larga lista de combinaciones, casi tan amplia como la de las materias primas vegetales disponibles para ser transformadas en energía.
En cuanto a los llamados biocombustibles, uno de los más conocidos es el bioetanol, un alcohol etílico deshidratado que se obtiene a partir de la fermentación de los azúcares de especies como la caña de azúcar, el maíz dulce y la remolacha. Se puede mezclar en cualquier proporción con gasolina y usarlo en los nuevos automóviles flexibles, o en hasta 22% en el caso de los autos comunes. También es cada vez más popular el biodiésel, que se fabrica a partir de aceites vegetales y que puede usarse directamente en motores diesel adaptados, o combinado con alcohol metílico e hidróxido sódico, por ejemplo, en motores sin modificar.
Menos avanzada está la producción de combustibles a partir de biomasa lignocelulosa, como la madera. Esta biomasa sólida primero se gasifica para, más tarde, mediante un proceso de síntesis, licuarla.
AUGE MUNDIAL
El interés que despiertan estas alternativas no sólo se debe al agotamiento del petróleo, sino a que además presentan una serie de ventajas. El etanol, como es un combustible oxigenado, rebaja las emanaciones contaminantes. Y utilizado en estado puro, entrega más potencia que la gasolina. Por su parte, el biodiésel diluido ha mostrado contaminar alrededor de un 15% menos, y la potencia se mantiene casi intacta.
Como remate, se ha argumentado que pueden revitalizar las economías rurales, darle un segundo aire a cultivos alicaídos, como el trigo de maíz.
De ahí que ya sean muchos los países que han apostado por ellos. Alemania es un ejemplo. Allá el biodiésel de colza es muy popular; el año pasado, se comercializó 1,8 millón de toneladas. El país ya cuenta con una red de 1.900 gasolineras que lo venden y se planea aumentar la producción a tres millones de toneladas en 2006/2007.
En nuestro continente también hay muestras, Brasil lleva varios años produciendo etanol a gran escala a partir de melazas de caña de azúcar o pulpa de mandioca, y ahora está haciendo biodiésel con semillas leguminosas, como soya y aceite de ricino. Casi el 50% del parque automotriz del país utiliza etanol mezclado o puro. Otro caso es Argentina, que está produciendo biodiésel a partir de soya. Y existen esfuerzos similares en República Dominicana y Cuba.
¿Y Chile? El Gobierno creó un grupo de trabajo constituido por los ministerios de Agricultura y Transpone, la Conama, la Superintendencia de Electricidad y Combustibles y la Comisión Nacional de Energía para analizar las especificaciones que debiera tener este tipo de combustibles, su impacto en la agricultura, la disponibilidad de tierras y la sustentabilidad. Algunas multinacionales ya han traído desde Europa muestras de biodiésel y lo han probado en maquinarías y turbinas con un éxito extraordinario, según informó el Ministerio de Minería y Energía. Y el ministro de Agricultura, Alvaro Rojas, le ordenó a los agregados agrícolas en el extranjero estudiar los desarrollos de estas energías en los países en que se encuentran.
LA MEJOR OPCION
De esta forma, el 2008 deberíamos estar produciendo biocombustibles, según las promesas gubernamentales. ¿Es factible? “Considerando factores económicos y tecnológicos involucrados en la reconversión de maquinarias, autos, calderas, la masificación de cultivos, etcétera, puede resultar un poco presuroso comprometerse con ese año –estima Wilson Cardona, doctor en química y académico de la Universidad Andrés Bello–. Ahora, si consideramos que es urgente obtener nuevas fuentes energéticas y hay compromisos claros de invertir grandes sumas, posiblemente se logre cumplir”. Al profesor Pedro Maldonado, del programa de Estudios e Investigación en Energía de la Universidad de Chile, también le parecen demasiado optimistas estas proyecciones. “Primero hay que hacer estudios técnicos de producción y uso, y definir incentivos eventualmente necesarios –dice–. A lo mejor se estará en etapa de laboratorio”.
Dentro de las muchas cosas que hay que definir está la materia prima de la que se obtendrán los biocombustibles. Por su gran contenido de carbohidratos, los granos, cereales y la remolacha son muy buenos candidatos para el etanol, según dice Cardona, “sumado a los buenos resultados que el país ofrece en términos de la tecnificación y producción agrícola”. En ese sentido, Iansa y Enap firmaron en marzo un acuerdo de trabajo en tomo a los biocombustibles. La idea es que Iansa los pro
duzca y Enap los distribuya. Y el trigo parecería ser la materia prima en este caso, porque el gerente general de Iansa, Felipe Lyon, informó que, en una primera etapa, se requerirán entre 60 mil y 70 mil hectáreas de este cultivo para la producción de 100 millones de litros de etanol, lo que cubriría entre 3% y 4% del consumo actual de bencina del país.
Sin embargo, una investigación encargada por el Departamento de Energía de Estados Unidos hace poco concluyó que no era eficiente producir combustibles a partir de cultivos comestibles. Claro que ellos estudiaron el caso del maíz y la soya, no del trigo.
Los investigadores calcularon que si todo el maíz producido en Estados Unidos el año pasado hubiera sido transformado en etanol, sólo se habría satisfecho el 12% de la demanda por gasolina.
Por su parte, la transformación de porotos de soja en diésel habría respondido a sólo el 6% de la demanda. Y aunque ambos contaminan menos, sí fomentan la erosión del suelo y el agotamiento de sus nutrientes. “Quienes plantean los cultivos como opción son Estados Unidos y Brasil. ¿Trazo común? ¡Les sobra tierra!”, comenta al respecto Miguel Márquez, especialista en energía de la Universidad Austral.
En cambio, el estudio aconsejaba fabricar etanol a partir de celulosa, una fibra vegetal incomestible, que puede ser obtenida hasta de la maleza que crece en los campos agrícolas abandonados, o bien de los desechos de la industria agrícola. Fi reporte calcula que de esa forma se podría reemplazar hasta un 30% del combustible consumido en el transporte para el año 2030.
Acá también genera adhesión entre especialistas, como Cardona: “Existe una gran biomasa vegetal que se desecha en procesos productivos, como los alimentarios y forestales, así que invertir en la obtención de etanol desde estos materiales resultaría ambientalmente muy conveniente”, dice.
En esa línea están trabajando Juanita Freer y Jaime Baeza, del Centro de Biotecnología de la Universidad de Concepción. Ellos intentan obtener bioetanol de desechos agrícolas lignocelulósicos, como la paja del trigo, los rastrojos del maíz y, en general, todo lo que no se aprovecha cuando se cosechan granos. Ese material es desde el punto de vista químico muy rico; sólo hay que someterlo a un proceso que permita extraerles los azúcares, para luego fermentarlos. Pero ahí está la dificultad, porque cada materia prima exige un método distinto, que depende de hasta dónde haya crecido la planta en cuestión. Otra fuente a mano es la biomasa sólida, como la leña. “Fs una de las grandes opciones –dice Miguel Márquez–. Hoy permite satisfacer entre el 14% y 17% del consumo energético (especialmente la leña). Eso podría llegar al 25% fácilmente. Lamentablemente, no está en las propuestas energéticas. Craso error”.
Un proyecto Fondef de la Universidad de Chile pretende aumentar ese porcentaje. Misael Gutiérrez, académico de la Facultad de Ciencias Forestales, planea construir un gasificador. un cilindro, en cuyo interior se queman de manera controlada desechos de aserraderos –como ramas y aserrín– en varias fases hasta que se genera un “gas pobre”, compuesto por retado, CO, CO2 y otros, que debe ser filtrado y depurado para su posterior uso como fuente de energía para la mediana y pequeña industria forestal.
En todo caso, aquí no se acaban las opciones. “También es necesario investigar en fuentes vegetales de ácidos grasos diferentes del girasol, que superen o mejoren la obtención de biodiésel –añade Wilson Cardona–. Ni qué decir de la producción de hidrógeno de algas o plantas acuáticas y su uso en motores y calderas, por mencionar sólo algunos materiales”. O sea, nos espera tina ardua tarea de investigación.
Fuente: www.ercilla.cl
Fecha: 23/AGO/2006
https://www.conicyt.cl/bases/fondef/fondef/PROYECTO/04/I/D04I1083.HTML
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