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El último brindis

Publicado 12-01-2011

Enero, 2011. La vacuna para combatir el alcoholismo se está desarrollando en Chile. Y está en manos del Premio Nacional de Ciencias Juan Asenjo. Ha conseguido $1.050 millones para financiar su investigación, y dice que a fines de 2012 podría probarla en pacientes voluntarios. Pero ésos son sólo ingredientes de una historia muchísimo más grande. Una que ni siquiera partió con él. Fuente: Qué Pasa

 

Yedy Israel no sabía la vida que se le venía encima, pero sí sabía esto: las calles de Temuco, sus veredas y plazas, sufrían la invasión de personajes con una enfermedad que, más tarde, aprendería a reconocer como alcoholismo. Y eso fue todo lo que se necesitó para que la adicción al trago se convirtiera en una de esas obsesiones que pueden acompañar a un hombre durante toda su vida.

 

Yedy no tenía padres ni hermanos borrachos. Ni siquiera un vecino molestoso. Lo único que tenía Yedy, en un principio, era una curiosidad que lo llevaría a viajar a Santiago y estudiar en la Universidad de Chile, para convertirse en bioquímico, en 1962. Era la primera generación de esa estirpe de profesionales que salían de una universidad por esta parte del mundo. Y, quizás por eso, Yedy sabía que tenía que partir. El problema era dónde.

 

Canadá, por esos años, era donde se estaba haciendo la mejor investigación sobre el alcoholismo. En el mundo científico, decían, esto era porque la señora del entonces ministro de Salud canadiense, cuyo nombre Yedy no recuerda, sufría esa enfermedad. Que por eso se habían decidido a construir el instituto más grande del planeta que combatiera esta adicción. Y que por eso, también, el gobierno canadiense repartía becas para doctorados.

 

La suerte de Yedy fue que una de ellas estaba destinada para un chileno y que uno de sus profesores conocía a alguien en la Universidad de Toronto. Las postulaciones no trajeron mayores sorpresas y quedó. Así que hizo su bolso, le dijo adiós a su familia y tomó ese avión sin saber que a Chile no volvería a vivir en más de cuarenta años.

 

En la Universidad de Toronto, Yedy comenzó a hacer carrera sin darse cuenta. Pasó de ser alumno a profesor, y de profesor titular a director del centro de alcoholismo del hospital de la universidad.

 

Ese salto brusco recién tomó una pausa 28 años más tarde, en 1990, cuando Yedy, sentado en su oficina, leía The Lancet, una de las revistas científicas más prestigiosas. Allí encontró una investigación de un equipo germano-japonés que él, a sus 51 años, no pudo dejar pasar. La publicación decía que en Japón, por una suerte de mutación, un 20% de las personas no tenía activa la enzima que, en el proceso de degradación del alcohol, convertía los acetaldehídos en acetatos. Que por eso acumulaban el acetaldehído, que es un compuesto que, si no se degrada, produce náuseas, enrojecimiento y taquicardia. Por eso, para esa gente tomar era tan doloroso, que el alcohol, simplemente, dejaba de ser una opción.

 

Cuando leyó el artículo, Yedy pensó un par de cosas: la primera era saber si ésa era una condición que sólo se daba entre personas nacidas en Asia, con padres asiáticos, o si se aplicaba a hijos de inmigrantes asiáticos en el mundo. La razón era simple. Yedy necesitaba saber si otros elementos, como la comida y la dieta oriental, por ejemplo, ayudaban a causar los síntomas molestos mezclados con el consumo de alcohol.

 

Las primeras pruebas comenzaron en 2007 con la idea de crear una vacuna que funcionara en humanos y que, una vez que se dé con la fórmula, Juan Asenjo encargue al Instituto Butantan de São Paulo, en Brasil, la producción masiva. El efecto “antialcohol” debería durar entre 6 y 12 meses.

 

Yedy debía encontrar gente con la que probar y puso un aviso en el diario estudiantil de la Universidad de Toronto. Buscaba estudiantes hijos de inmigrantes asiáticos, de 18 a 22 años, para sacarles muestras de sangre y preguntarles sobre sus hábitos de consumo alcohólico. Les pagaba US$ 25 por la molestia.

Hasta su laboratorio llegaron unos 100 alumnos hijos de padres asiáticos, con el fin de confirmar que esta mutación se producía por factores biológicos y no sociales.

 

Después comenzaron a tabular los resultados, y quedaron claras un par de cosas. Que quienes tomaban mucho y tenían padres con la enzima normal, no sufrían otro malestar que no fuera la resaca del día después. Que el 66% de los estudiantes que tenían a un solo padre sin la enzima activada, no tomaba porque al alcohol les producía náuseas y enrojecimiento. Y que si tenían a los dos padres con la enzima bloqueada, siempre eran abstemios.

 

Con esos datos, Yedy publicó un artículo en la revista Behavioral Genetics en 1995 y entendió que la situación que tenía ahí era biológica y no social. Y que, además, sucedía en otras partes del mundo y no sólo en Asia. Ambas conclusiones sólo apuntaban a un destino posible: tenía que llevar sus experimentos a un laboratorio y probar con animales.

 

Entremedio, Yedy recibió una oferta de la Universidad Thomas Jefferson, en Filadelfia, y ese mismo año se llevó todo su equipo a Estados Unidos. Ahí comenzó trabajando con ratas, convirtiendo a un grupo de roedores en alcohólicos. El método era sencillo: un día no les daba nada de beber y al siguiente les ofrecía una solución de agua y 6% de alcohol. Así todos los días, hasta tener un grupo de animales con los que pudiera probar su molécula que bloqueaba la enzima que procesaba el acetaldehído a acetato. Una vez que pudo comenzar sus pruebas, que consistían en colocar un virus que bloqueara la enzima que degrada el acetaldehído a acetato, y que evita el malestar, descubrió que entre un 50% y un 60% de las ratas empezaba a rechazar el alcohol durante todo un mes. Después de 37 años fuera de Chile, Yedy, un investigador obsesionado con el alcoholismo que sólo toma copas de vino los fines de semana, había logrado un avance científico que desafiaba los límites de su profesión, acostumbrada a generar medicamentos en dosis pequeñas, que sólo se suministran a animales. Para seguir, necesitaba a alguien que pudiera aumentar los volúmenes y se atreviera a tomar la posta de su investigación. Alguien que fuera respetado.

Alguien como Juan Asenjo.

 

La posta

Puede que nunca lo haya considerado un peso, pero Juan Asenjo cargaba con la suerte y el reto de ser hijo de un Premio Nacional de Ciencias. Alfonso Asenjo, su padre, no sólo había ganado ese galardón en 1973, sino que, prácticamente, había iniciado la neurocirugía en Chile.

 

Pero Juan nunca se sintió tan cerca de la química o la biología, como de las matemáticas. Y por eso entró a estudiar Ingeniería Civil. Ahí, en la Universidad de Chile, podría haber tomado otros caminos si no fuera porque en uno de sus últimos años tuvo que hacer un proyecto para realizar enzimas en Chile. Las enzimas, a grandes rasgos, son las moléculas proteicas que aceleran las reacciones químicas. Pero esa definición no fue la que atrapó a Juan, sino los alcances que una enzima podía tener.

 

“Las enzimas -dice Asenjo- son lo que tenemos en el estómago, que degrada los alimentos. Tú te comes una proteína y la enzima la degrada en aminoácido y fabrica proteína humana. Entonces, todas las enzimas se usan en la fabricación de detergentes, porque ayudan a sacar manchas de grasa y manchas de lípidos”.

Esa curiosidad la extendería después en la University College de Londres, donde obtuvo su magíster en Ingeniería de Alimentos y luego su doctorado. Por esos años, los primeros de la década del 70, estaba naciendo la ingeniería bioquímica, que tenía que ver con fabricar cosas con microorganismos y también con la idea de que a bacterias se les podían incorporar genes. Juan se alimentó de ese mundo y, de regreso a Chile, viajó hasta la Antártica a buscar enzimas y microorganismos. De esos trabajos han venido algunos de sus principales aportes a la ciencia: secuenció las enzimas del krill para su aplicación en detergentes que funcionan a baja temperatura y que, por eso, requieren usar menos energía en el proceso.

 

A Yedy Israel lo conoció poco antes de ganar el Premio Nacional de Ciencias, en 2004, en su calidad de director del Instituto Milenio de Biología Fundamental y Aplicada. Israel también trabajaba ahí, y pronto las conversaciones sobre llevar adelante el proyecto del virus en que había trabajado Yedy se hicieron recurrentes. Juan le insistía en que tenía que presentarle un proyecto al Fondo de Fomento al Desarrollo Científico y Tecnológico (Fondef), pero a Yedy no le interesaba ni se sentía capaz. Él, después de todo, sentía que tenía que pasar la posta.

 

Asenjo finalmente tomó el proyecto junto a su mujer, la investigadora inglesa Barbara Andrews, con la meta de aplicar el virus a humanos. Israel quedó como el consultor al que acudiría Asenjo cuando tuviera dudas sobre esta terapia en la que trabajaba: básicamente, perseguía modificar los genes de algunas células del paciente.

Las primeras pruebas comenzaron en 2007 con la idea de crear una vacuna que funcionara en humanos y que, una vez que se dé con la fórmula, Asenjo encargue al Instituto Butantan de São Paulo, en Brasil, la producción masiva. A diferencia del virus que Israel aplicó a sus ratones -cuyo efecto duraba un mes-, la vacuna de Asenjo debe producir el efecto “antialcohol” entre 6 y 12 meses.

Lograron un financiamiento de $ 1.050 millones, a través de Fondef y alianzas con la Universidad de Chile y Laboratorios Recalcine. Una vez probada y certificada la vacuna, se procederá a su comercialización. Como se trata de una alianza público-privada, la Universidad de Chile le ha cedido a Recalcine un porcentaje minoritario de las futuras patentes. Y este laboratorio, obviamente, será el encargado de venderla en el país y el resto del mundo siguiendo este protocolo: evaluar países interesados, grupos de riesgo y tasas de alcoholismo, para finalmente cancelarle un impuesto por el uso comercial de la patente a la universidad, a modo de licencia.

Pero eso será más adelante.

Hoy el concepto de trabajo es más o menos así: Sergio Mercado y Alicia Lucero, egresados de la Universidad de Chile, escogidos por Asenjo para ayudarlo, trabajan en los laboratorios de Plaza Ercilla en este virus que producen en células humanas de riñón, compradas en Estados Unidos, Brasil y Canadá, y que se alimentan de aminoácidos para que crezcan de manera aislada y después se infecten con el virus.

 

Asenjo dice que si todo sale de acuerdo a sus planes, el segundo semestre de 2011 comenzarán las pruebas con ratas, y un año más tarde con 20 pacientes voluntarios en el Hospital San Borja. Y mientras cuenta eso, y se lo imagina, suelta una pequeña confesión.

 

“Tú no tienes idea la cantidad de mails que me llegan de gente pidiéndome, por favor, que su marido sea conejillo de indias de esta vacuna, porque su alcoholismo ha destruido el hogar y cosas por el estilo”.

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