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Las mujeres al empate

Publicado 17-10-2008

[17/10/2008] Si hace décadas atrás la presencia de chilenas cursando postgrados en el extranjero era muy menor comparada con la de sus pares hombres, hoy las cosas están cambiando. En la última entrega de becas Presidente de la República, las mujeres ganaron el 47% de las subvenciones entregadas. Hace 20 años, ellas no superaban el 17%. Para entender este fenómeno, aquí se responden las preguntas claves: qué estudian, por qué, dónde lo hacen y cómo financian sus programas en el exterior las profesionales chilenas.

 

Revista Qué Pasa

Edición, Viernes 17 de Octubre de 2008

Por María José López y Josefina Ríos

 

“Soy una ‘Chicago Boy’ y eso es un gran honor”, asegura desde Los Ángeles, California, Alejandra Cox, la primera chilena en hacer un doctorado en ese plantel norteamericano. Aun cuando aterrizó en esa casa de estudios acompañando a su marido, el economista Sebastián Edwards, rápidamente esta catedrática de la UC Long Beach se embarcó en su propio PhD en Economía, que cursó entre 1978 y 1981. “En esos años eran pocos los que se atrevían a soñar con un postgrado y yo tuve la suerte de estar casada con uno de esos soñadores. Lo clave fue que, una vez allá, los dos estudiamos y obtuvimos nuestros doctorados”, explica Cox.

 

Hoy, el de Cox está lejos de ser un caso aislado. Cada vez son más chilenas las que deciden partir a hacer postgrados al extranjero. Lo grafica bien la última convocatoria (2007-2008) a la beca Presidente de la República que entrega Mideplan, entidad que junto con Conicyt es la que más otorga becas para estudios de postgrado. De los 616 postulantes, un 50,2% fueron mujeres. Y de los 300 profesionales que finalmente obtuvieron la subvención estatal, el sexo femenino representó un 47%. Porcentajes que eran impensados hace unas décadas.

 

Si bien los hombres siguen arriba, es notable el aumento femenino: durante el periodo entre 1991 y 2000, la tasa de participación femenina para la beca Presidente de la República fue de sólo un 26.5%. Y en el tramo entre 1981 y 1990, las cosas estaban aún más disparejas: apenas un 17% de esta asignación estatal fue para mujeres (Ver infografía).

 

Este incremento ha ido de la mano con el aumento de becas para estudios en el extranjero que el gobierno entrega año a año. De hecho, se espera que la tasa de las mujeres siga creciendo luego de los acuerdos que este año firmó la ministra de Educación, Mónica Jiménez, entre los cuales destacan las alianzas con universidades de Nueva Zelanda, Australia y Estados Unidos. Como un signo de los tiempos, Jiménez dijo la semana pasada -en la firma de un convenio con un prestigioso plantel norteamericano-, que “no sólo queremos Chicago Boys, también queremos Chicago Girls”.

 

En la misma línea, el gobierno centralizó el proceso de becas en uno solo. El Sistema Bicentenario Becas Chile, dependiente de Educación -e implementado por Conicyt-, tendrá a cargo la coordinación de las subvenciones que hasta ahora entregaban Mideplan, Conicyt, Cancillería, Mecesup y el Mineduc. “Desde hoy todas estas asignaciones de corte estatal se llamarán Becas Chile. El sistema tendrá un criterio de discriminación positiva; es decir que ante dos postulantes en igualdad de condiciones, siempre se privilegiará a las mujeres, los discapacitados y los oriundos de pueblos originarios y de regiones”, explica Lilian Navia, del Departamento de Comunicaciones de este nuevo órgano. A ello, Vivian Heyl, presidenta de Conicyt, agrega que “desde hace ya algún tiempo buscamos reducir la deserción de mujeres en los postgrados. Un buen ejemplo es la incorporación de permiso pre y postnatal pagado para nuestras becarias, extendiendo su beca por este motivo”.

 

 

¿Por qué ellas se van?

“Soy ingeniera comercial y para mi carrera es un deber, y no un plus, hacer un postgrado. Sobre todo si quieres ser igual de competitiva que un hombre para optar a un cargo”, dice Heidi Berner, jefa de control de gestión de la Dipres. Por ello, en 1999 decidió estudiar un MPA (máster en Administración Pública) en Harvard. Si bien lo que ella quería era hacer un doctorado en Economía, finalmente optó por un máster ya que estaba casada y su marido no la podía acompañar por tanto tiempo. Eran 4 ó 5 años versus 24 meses. Heidi eligió lo segundo.

 

Los US$ 50.000 que le costaba su programa al año, Heidi Berner los financió, en parte, con la ayuda de la beca Presidente de la República. Sin embargo, hay mujeres que están dispuestas a desembolsar de sus propias arcas para pagar sus postgrados. En su mayoría, se trata de aquellas que optan por MBA y LLM -máster en Derecho-, pues se subentiende que con los retornos financieros que recibirán tras su especialización, pueden costear esos estudios rápidamente y no necesitan de subvenciones.

 

“La matrícula de mi LLM en la Universidad de Nueva York (NYU) costaba alrededor de US$ 45.000 más estadía. No me gané ninguna beca, pero sentí que debía hacerlo. Los LLM son bastante comunes entre las mujeres que trabajan en estudios de abogados grandes, porque de alguna manera las oficinas te empujan a hacerlo, es la forma que tienes de crecer en tu bufete. Sin un postgrado es muy difícil que te hagan socio”, explica Macarena Ravinet, quien hoy trabaja en Guerrero, Olivos, Novoa y Errázuriz.

 

Según la ingeniera comercial Tania Hernández, asesora del ministro Andrés Velasco, “en la medida que nuestro país ha avanzado en su desarrollo económico, mayor es la demanda por trabajadores especializados. Con la creciente participación laboral de la mujer, ello es una obligación para ambos géneros”. Por eso, hace cinco años, decidió hacer un máster en Administración Pública y Desarrollo Internacional en Harvard, el cual financió a través de una beca que entregan en conjunto el gobierno de Japón y el Banco Mundial.

 

Si bien la mayoría de las veces el interés inicial por hacer postgrados en el extranjero viene de las propias postulantes, en algunos casos éste va acompañado de un apoyo de las empresas en que trabajan: en el extranjero las profesionales obtienen una red de contactos con las mejores compañías del mundo, lo que en muchos casos se traduce en nuevos clientes. Por ejemplo, el estudio Carey y Cía. financia a algunos de sus abogados para que realicen estos cursos. Así sucedió con Macarena Vargas, quien asegura que la firma no sólo financió en parte sus estudios, sino que fue clave a la hora de elegir universidad: “Dos de mis jefes hicieron su LLM en la Universidad de Chicago y me contaron de las ventajas que tiene estudiar en cursos pequeños -alrededor de 50 alumnos por programa-. Me hablaron también de lo estimulantes que eran allí los profesores y la actividad académica. De hecho, tuve la oportunidad de conocer a Barack Obama cuando era senador por Illinois”.

 

Las chilenas, en general, prefieren hacer sus postgrados después de haber trabajado un par de años. Así lo hizo la abogada de Barros y Errázuriz, María Angélica Zegers, quien el 2003 optó por Columbia para su LLM. “Es clave trabajar antes de volver a estudiar. La experiencia laboral permite sacarles más provecho a las clases”, dice.

 

 

El boom de las ciencias sociales

Del total de los becarios de Mideplan entre 1981 y 2007, Estados Unidos concentra el 34% de las preferencias. Le siguen España (27%) e Inglaterra (17%). Si bien en esta entidad no se manejan cifras específicas para el caso de las mujeres, sí se hace en Conicyt: entre las 118 becarias de este año -número que representó el 41% del total de seleccionados-, Francia aparece como el destino más requerido, tras el cual se ubican España y Estados Unidos.

 

Dentro de las áreas de interés establecidas por Mideplan, tanto hombres como mujeres se inclinan por estudios en las áreas de ciencias sociales (48%), seguida muy por debajo por salud y medicina (17%). La brecha de género sí se ve claramente al ver las subespecialidades dentro de esas áreas. Así, por ejemplo, en ingeniería y tecnología sólo un 13% pertenece al sexo femenino.

 

En el periodo comprendido entre 1981 y 2007, el 50% de las mujeres que han accedido a la beca Presidente de la República han optado por cursos ligados a las ciencias sociales. Asimismo, en los últimos años, y debido a la prioridad que el Estado ha dado al tema, muchas se han inclinado por especializarse en temas de educación. Es el caso de la ingeniera civil Susana Claro, quien eligió Harvard para su máster en esta materia. “Trabajé en Un Techo para Chile y me di cuenta que si no hacíamos algo con la educación seguiríamos construyendo mediaguas para siempre. En 2002 me gané la Fulbright. El máster duró un año y medio y fue vital para conocer la experiencia de Teach for America, en la cual nos basamos para luego fundar este año Enseña Chile”.

 

El club de las PhD

Según Mideplan, en el caso de los doctorados las mujeres representan -en relación a los hombres- el 26%. En los magíster, el porcentaje asciende a 32,6%. Desde ese ministerio explican que una de las razones de esta brecha con respecto a sus pares hombres es la inversión en tiempo que ello implica para las mujeres, limitada por su rol familiar.

 

Sin embargo, cada día más son las chilenas que se atreven con los doctorados, programas que implican al menos tres años de estudio. La cientista política de Libertad y Desarrollo, Ena Von Baer, planificó su viaje en conjunto con su marido. “Decidí hacer un máster en Estudios Europeos en la Universidad de Aquisgrán, en Alemania, porque ese plantel tenía programas que eran buenos para los dos. Me entusiasmé y seguí con el doctorado en Ciencias Políticas. A pesar de que los cientistas políticos en general optan por Estados Unidos, Inglaterra o Madrid, estudiar en Alemania me significó una diferenciación con el resto”.

 

Soledad Arellano, investigadora de la Universidad Adolfo Ibáñez, eligió el MIT para hacer su doctorado en Economía. “Opté por el MIT por su reputación: es el mejor Departamento de Economía del mundo, además tiene el mejor cuerpo de profesores en organización industrial, área en la que yo me quería especializar. Como profesora universitaria me exigen tener estudios de doctorado, requisito que aplica para todos. No hay discriminación ni a favor ni en contra”.

 

Tal como Arellano, son muchas las mujeres que optan por Estados Unidos para hacer doctorados. Esto se debe, en parte, a que una de las mejores becas para desarrollarlos es la Fulbright, que sólo se imparte para programas en ese país. El aumento de chilenas que han obtenido este reconocimiento, sólo en los últimos cuatro años, es un testimonio del incremento en el interés de ellas por postgrados en el exterior. Mientras el 2005 no hubo ninguna mujer entre los siete seleccionados nacionales y el 2006 apenas una -de 11-, el 2008 las cosas cambiaron: de los 64 escogidos, 23 fueron mujeres.

 

La periodista Camila Vergara, una de sus beneficiarias, reconoce que si bien la exigencia en la NYU -donde realizó un máster en Estudios Latinoamericanos- es tremenda, ella con esfuerzo logró ser la mejor alumna. “Eso fue muy importante para que luego me becaran para hacer mi doctorado en Ciencias Políticas en la New School University”.

 

Aunque no recibió la Fulbright, María Teresa Correa cuenta con varias becas otorgadas por organismos estadounidenses para hacer su doctorado en Periodismo en la Universidad de Texas. “No he necesitado postular a las que entrega el Estado chileno. Aunque no lo descarto para el futuro, me gusta la libertad que me entrega estar financiada por los gringos”.

 

 

MBA, un caso aparte

Un capítulo distinto lo conforman los MBA. Por regla, estos programas no reciben becas de ningún tipo. Además, y a diferencia de otros postgrados, en todo el mundo predominan ampliamente los hombres. Para Macarena Swett, ex alumna del MBA del IESE en Barcelona y actual gerenta de estudios del grupo Costanera, esto se explica porque para las mujeres hacer una inversión de este tipo es mucho más caro que para un hombre. “Los hombres recuperan mucho más rápido esta inversión -en Estados Unidos los MBA cuestan alrededor de US$ 80.000, mientras que en el IESE la suma asciende a cerca de US$ 90.000-, porque en general por un mismo trabajo reciben mejor sueldo que las mujeres. Además, en su mayoría, ellos se van con el ‘auspicio de sus empresas’, que los amarran por una serie de años a cambio. Es raro que este trato se dé con una mujer”.

 

Una excepción a la regla la constituye la periodista Isabel Darrigrandi, quien obtuvo la beca Knight-Bagehot Fellowship, una asignación especialmente diseñada para periodistas de Economía y Negocios. Esta subvención le permitió hacer en la Universidad de Columbia el MBA y también el máster en Periodismo. Tras dos años de estudios, Darrigrandi dio un giro a su carrera y fue contratada por el banco de inversiones Lehman Brothers en Nueva York en el área de fusiones y adquisiciones. Pero en marzo pasado emigró a Merrill Lynch para hacerse cargo del análisis de empresas públicas.

 

Mis dos años en Harvard

Por Victoria Hurtado

 

No es fácil tomar la decisión de ir a estudiar fuera de Chile; sin embargo, hay muchas y buenas razones para hacerlo. Hay quienes buscan validación profesional; otras buscan una experiencia; hay quienes se van recién tituladas esperando cumplir con el currículum y volver; y otras que se van entregadas al destino. En todo los casos, se produce una conjunción de decisiones relevantes (el país, la universidad, el postgrado, etc.) que enfrentan a temas existenciales que impactarán en la vida y esto lo hace mucho más complejo. No es lo mismo ir sola o acompañada; quedarse allá trabajando o volver (es un pasaje de ida), y -por si fuera poco- se suma el peso de postergar o incluso desechar ese otro proyecto tan respetable que es formar una familia. La balanza la termina inclinando la curiosidad, la pasión por las ideas y la esperanza de que todo esfuerzo será recompensado.

 

A mi juicio, lo más interesante de esta experiencia es que uno se empieza a encontrar con su país por primera vez, cara a cara, paradójicamente en el extranjero. Parece que recién cuando uno está a miles de kilómetros se da cuenta de dónde viene. Este encuentro con Chile desde la distancia hace inevitable comenzar con el proceso de permanente comparación -para bien o para mal- que quizás no terminará nunca. Por ejemplo, en el caso de Boston -estudié un máster en Políticas Públicas en Harvard (1998-2000)-, me impactaba ver cómo los ciudadanos cumplían con normas tan simples como no estacionar los autos el día martes en la vereda izquierda de una calle porque pasa la máquina municipal -¿seríamos tan organizados en Chile?- o experimentar una sociedad donde sencillamente quien no recicla es un vándalo. O quien no contesta un e-mail profesional dentro de 24 horas es ineficiente, o donde no dejan ingresar a los bares o comprar alcohol a quien no muestre un carnet que acredite ser mayor de 18 años: lo piden religiosamente aunque el cliente esté algo marchito.

 

No hay que olvidar tampoco que todos los que llegan a un postgrado están viviendo los mismos temores que uno, lo cual produce un gran común denominador y una conexión que acompaña hasta el final. Las universidades norteamericanas contribuyen al proceso con su verdadera obsesión por la diversidad, sea racial, de nacionalidades, de tendencias sexuales, de religiones, de visiones políticas… Ello permite pasearse por un zoológico muy amplio y entretenido de personas. Existe la convicción en estas instituciones que una educación de calidad pasa por acceder a la mayor cantidad de experiencias distintas en el aula y aprender a interactuar con respeto. Obviamente se estudia y mucho. Los profesores se desviven por transmitir sus conocimientos. Ante este nivel de compromiso no queda sino exprimir hasta la última neurona para aprovechar cada minuto de clases cuya calidad se mide no por la cantidad de respuestas que puedan darse sino por la cantidad de preguntas con las que uno se levanta del escritorio, lo que constituye el motor fundamental para seguir con las conversaciones en los cafés y profundizar las lecturas en la biblioteca. En estos diálogos se van formando las nuevas convicciones, se va dibujando una nueva realidad que será la plataforma para seguir profundizando los intereses escogidos. Si hay algo que echo de menos son esas conversaciones que no están sólo en los cafés, sino además, y a un muy buen nivel, en la prensa.

 

De vuelta a Chile, uno llega con mucho más que un cartón. Se llega con la satisfacción de haber pasado por esta experiencia, con grandes amigos para la vida y con las ganas de aportar a nuestro país.

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