Mujeres destacadas

Millarca Valenzuela, geóloga experta en meteoritos: “Estas rocas son el puente entre la Tierra y el cielo”

Publicado 25-07-2017

  • Millarca es el nombre del Asteroide 11819, ubicado en el Cinturón Principal de Asteroides. También es el de la investigadora del Instituto Milenio de Astrofísica y curadora del repositorio nacional de meteoritos del Centro de Astroingeniería de la Universidad Católica. La antofagastina es la única geóloga que estudia este material extraterrestre en nuestro país.

La única geóloga en Chile que estudia meteoritos, es investigadora del Instituto Milenio de Astrofísica. El 2008 ganó la beca L’Oréal-UNESCO “For Women in Science”, que cuenta con el apoyo de CONICYT.

Es dueña de una de las colecciones más grandes de meteoritos en América del Sur -ha recolectado más de 500 ejemplares en sus expediciones al Desierto de Atacama-. También es parte del equipo que busca crear una ley que proteja a las rocas espaciales que aterricen en nuestro país, así como a los cráteres que deja el impacto. El pasado 30 de junio, la Comisión de Desafíos del Futuro del Senado, presentó un proyecto que busca otorgarle el mismo resguardo que al patrimonio cultural y geológico. Una misión pionera y necesaria, considerando que Chile es el país con el mayor número de hallazgos de la región, seguido por México y Argentina.

Millarca Valenzuela realizó su enseñanza básica y media en Antofagasta, lugar donde nació. Después de salir del colegio, entró a estudiar geología en la Universidad de Chile y, una vez titulada, gracias a las becas entregadas por la Comisión Nacional de Investigación Científica y Tecnológica, cursó su doctorado y post doctorado. A su vez, el año 2008 se ganó la beca L’Oréal-UNESCO “For Women in Science”, que en nuestro país cuenta con el apoyo de CONICYT.

¿Qué hace la única geóloga de meteoritos de Chile en su trabajo?
Hace más de 10 años que comencé a estudiarlos. Me di cuenta que el Desierto de Atacama era un lugar fascinante para encontrar una gran variedad, aunque lo que más predomina es un tipo común de meteorito llamado condritos ordinarios. Con mi equipo, pasamos horas barriendo esas arenas buscando ejemplares, luego los clasificamos, guardamos y estudiamos para determinar de qué está compuesto cada uno, para así conocer también los elementos que caen a la Tierra.

Eso nos entrega mucha información sobre los procesos tempranos de formación del Sistema Solar y la evolución desde este material primitivo, hacia cuerpos planetarios. Creo que es muy importante entender eso, es decir, lo grande que es el Universo respecto de nuestro planeta; y que los meteoritos tienen las llaves de interpretación de muchos de los procesos que ayudan a entender cómo se formó la Tierra.

¿Qué particularidad tiene Chile para realizar este tipo de investigación?
Tenemos el desierto más árido del planeta y el más antiguo. Las condiciones de hiperaridez se establecieron hace millones de años y eso significa que las superficies han permanecido estables por todo ese tiempo sin mucha actividad tectónica y sin agua líquida. Además, a diferencia de otros como el Sahara, el nuestro es mucho más viejo, por lo que podemos encontrar ejemplares que cayeron hace poco, hace algunos años, o hasta dos millones de años, lo que lo hace único en el mundo.

¿Dónde nació tu pasión por estudiar los meteoritos?
Cuando era pequeña lo que más me gustaba era mirar, observar cosas. Yo nací en Antofagasta, un lugar dominado por dos escenarios importantes: el mar y el desierto. Todo el tiempo libre que teníamos con mis hermanos y familia, lo pasábamos en las pozas. Ahí viví el inicio de una actividad científica en términos de observación y de hacerse preguntas. Ya más grande, viajamos a San Pedro de Atacama y comencé a pensar en la gente que vivió ahí. Me interesaba la antropología, la arqueología, la biología. Y el cielo.

Naturalmente fui desarrollando un amor a esto y una curiosidad por la astronomía.  En tercero medio la European Southern Observatory (ESO) iba a traer a Antofagasta el primer espejo del Very Large Telescope (VLT) de Paranal y organizó un concurso a nivel internacional para escribir un ensayo acerca de qué harían con una noche de observación. El mío se llamó “Cómo detectar la materia oscura cósmica” y gané el primer premio para visitar la sede central de la ESO en Alemania.

¿Y cómo derivaste en la geología?
En el plan común de la Universidad de Chile. Aprendí que la Tierra era una anomalía dentro del Sistema Solar, es el único lugar con tectónica de placas, con un planeta azul que se ve vivo y que, además, tiene vida. Eso marcó cómo estudié geología: haciendo preguntas acerca de lo que estaba pasando en otros planetas. Luego, resultó natural hacer mi tesis sobre geología planetaria y analicé un meteorito.

Congelé un año y durante ese tiempo trabajé de fotógrafa e integré la primera expedición de búsqueda de aerolitos del grupo de astronomía de la Universidad Católica del Norte. Aquí se conjugaron las dos visiones, la Tierra y el cielo, con estas rocas que son de alguna forma el puente entre ambos. Y me gusta definirme así, como el enlace de estas dos grandes temáticas.

“Quiero ser un ejemplo para las niñas, que no sientan miedo de atreverse a ser lo que su corazón y sus ganas les manden”, señala Millarca Valenzuela.

¿Cómo fue descubrir el Asteroide 11819, que lleva tu nombre?
En abril de este año viajé junto a mis estudiantes al Congreso “Asteroids, meteors and comets” en Uruguay. Hicimos un enorme esfuerzo para ir porque ese tipo de conferencias no son muy comunes en Chile. Fue ahí que, como una manera de homenajear el trabajo que llevo haciendo por más de diez años, propusieron mi nombre para llamar al meteorito. Fue una sorpresa y un honor recibir ese homenaje a tan temprana edad. Lo más probable es que Millarca siempre mantenga su órbita estable por lo que no hay riesgo de que salga y choque con la Tierra…

¿Cómo es ser mujer dentro del mundo de las ciencias?
Tuve el apoyo de mis profesores y familia. No fue una limitación ser mujer para estudiar ciencias. En ese sentido, siento que he sido privilegiada, pero sé que mucha gente no tiene esa misma experiencia, por lo cual, me he autoproclamado una embajadora científica. Quiero ser un ejemplo para las niñas, que no sientan miedo de atreverse a ser lo que su corazón y sus ganas les manden.

Para mí la ciencia era casi como respirar y creo que para muchos la ciencia y el arte es algo intrínseco a su constitución desde que son niños. Es después de empezar a generar las etiquetas que se genera el miedo a no ser bueno. Mi discurso es para hombres y mujeres, pero en el caso de las chicas intento reforzar esa sensación de que somos libres para elegir nuestro camino. Lo que las mujeres necesitamos es apoyo, no competitividad. Celebrar los triunfos de cada una y nutrirnos entre nosotras desde la experiencia, esto hace que vayamos creando una cultura distinta con respecto a la ciencia.