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Una barrera contra el mal de Chagas

Publicado 29-04-2019

  • La investigadora Ulrike Kemmerling participó en una colaboración latinoamericana para crear el primer mapa genético de la placenta humana. Así, busca descubrir qué genes serían claves para proteger a los recién nacidos de contraer la enfermedad de sus madres.

Ulrike Kemmerling lleva nueve años investigando cómo detener la transmisión vertical del Chagas.

Su origen remonta al año 1909, cuando el médico brasileño Carlos Justiniano Riveiro das Chagas descubrió la enfermedad parasitaria que más tarde llevaría su nombre. Hoy, 110 años después, el mal de Chagas sigue siendo un grave problema de salud pública: según la Organización Mundial de la Salud, hay unos 18 millones de personas infectadas con ella en Latinoamérica. Solo en Chile, a la fecha, ya se han detectado más de 142 mil individuos con la patología, sin contar los múltiples infectados que ignoran ser sus portadores. Ésta puede permanecer durante años en el organismo y, ya en su estado crónico, provocar problemas a largo plazo en el sistema nervioso central, además de inflamación cardiaca y arritmias, dilatación progresiva del esófago y pérdida de la movilidad del colon.

En Chile, el mal de Chagas afecta a gran parte del territorio, desde la Región de Tarapacá a la del Libertador General Bernardo O’Higgins, incluyendo también áreas de la Región Metropolitana y la zona precordillerana. Se transmite a través de la picadura de la vinchuca, un insecto volador de tres centímetros de largo, que se alimenta de sangre y suele anidar sus huevos en viviendas rurales, entre las grietas del adobe o los techos de paja. En el Norte, se ve favorecida por las altas temperaturas y el clima seco; y cuando pica, puede transmitir al ser humano el parásito Trypanosoma cruzi. Así comienza la enfermedad.

Sin embargo, aunque históricamente se han hecho grandes esfuerzos para erradicar a la vinchuca y mantener controlada la propagación del mal, existe una segunda forma de transmisión que hoy preocupa a los investigadores: la de madre a hijo. Ulrike Kemmerling, doctora en Ciencias Biomédicas e investigadora del Instituto de Ciencias Biomédicas de la Universidad de Chile, ha estudiado esa transmisión durante nueve años, intentando dilucidar los mecanismos con que reacciona la placenta ante la infección del parásito.

—Me interesé en la placenta como modelo de estudio ante infecciones de Trypanosoma cruzi —explica Kemmerling, de 52 años—, porque es un órgano de fácil obtención, que no le sirve ni a la madre ni al hijo después del alumbramiento. Lo que yo quería encontrar eran los posibles mecanismos antiparasitarios que tendría la placenta para impedir la transmisión congénita, o sea, que el parásito pasara de la madre al feto.

A la investigadora le llamaba la atención una cosa: si bien los recién nacidos con síntomas chagásicos —parto prematuro, inflamación del hígado, problemas cardiacos— desarrollaban males crónicos en los distintos órganos afectados, no todos los hijos de madres con mal de Chagas presentaban la enfermedad al nacer. Es decir, algo impedía que parte de los bebés se infectaran. Para entenderlo, empezó a estudiar en laboratorio cómo reaccionaban distintos tejidos de placenta al ser infectados con el parásito, buscando los mecanismos que impedían que el parásito, en ocasiones, atravesara esa barrera natural.

Mientras comenzaba estos experimentos, Kemmerling se puso en contacto con otros investigadores expertos en Chagas, de Uruguay, Argentina, España y Bélgica, y les propuso llevar a cabo una colaboración internacional, para realizar algo que nunca antes había sido hecho: un primer mapa genético de la placenta humana, que en el futuro podría ayudarles a advertir la transmisión congénita de la enfermedad mediante un diagnóstico preventivo.

—Es de vital importancia diagnosticar tempranamente a niños y niñas con Chagas congénito —explica la investigadora—, porque hay una tasa de éxito sobre el 90% del tratamiento en infantes, en comparación con la baja eficacia que tiene el tratamiento en un adulto. Si logramos detectar la enfermedad con rapidez en el recién nacido o, al menos, en su primer año de vida, el tratamiento será considerablemente más efectivo.

El estudio comenzó en 2016, financiado por CONICYT en el marco del consorcio multilateral ERANET-LAC para proyectos de investigación conjunta internacional, y su primera fase consistió en analizar muestras de placenta infectada, para entender la reacción de sus genes ante el parásito. El equipo de Kemmerling trabajó en la Universidad de Chile con diferentes concentraciones de Trypanosoma cruzi, y la secuenciación de las placentas se realizó en el Instituto Pasteur de Uruguay. De esta manera, descubrieron algo esencial: que durante la batalla del parásito por atravesar la barrera placentaria, existían cerca de 26 mil genes que sufrían cambios notorios en su actividad, lo que podría significar que muchos de ellos estaban involucrados en el sistema de defensas y en la reparación de la placenta ante el ataque del mal de Chagas.

Actualmente, luego de publicar sus resultados en la revista Parasites & Vectors, el proyecto acaba de renovar su financiamiento, con lo que buscarán profundizar el estudio de los genes placentarios involucrados en resistir al parásito, en busca de respuestas que puedan llevar, en el futuro, a concebir un posible tratamiento contra el mal. De lograrlo, estarían dando un gran paso adelante contra una enfermedad larga, silenciosa y agresiva, que sigue asolando a los sectores más empobrecidos de Latinoamérica.

—En nuestro país, epidemiológicamente hablando, la transmisión congénita es muy importante en la enfermedad de Chagas —explica Kemmerling—. Entonces, la relevancia de este estudio es que ofrece un panorama completo del comportamiento de los genes de la placenta frente al parásito. Al conocer eso, uno puede dilucidar de forma mucho más específica las distintas vías a seguir. Nos da más seguridad; nos da luces hacia dónde ir.

Fuente: www.explora.cl

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