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¡Ecología y biodiversidad a orillas del Lago Ranco con el doctor Iván Díaz!

Publicado 05-11-2012

La orilla del Lago Ranco, aparentemente tan plácida y custodia de un agua mansa como espejo, se convirtió en pocos minutos en un laboratorio al aire libre lleno de vida diversa y de todos los tamaños, en la primera actividad en terreno del encuentro Chile VA! Los Ríos. Guiados por el doctor Iván Núñez, ecólogo y especialista en conservación, los estudiantes colectaron especímenes -desde sanguijuelas a pancoras-, aprendieron sobre las diversas piedras de origen volcánico y reflexionaron sobre la relación entre el bosque nativo y las plantaciones exóticas.

La jornada terminó con todos los especímenes devueltos al agua, la única araña pollito de la jornada restituida entre los árboles y una gran foto grupal con el paisaje de fondo.

Antes de esta salida, los jóvenes escucharon la conferencia del doctor Díaz en el auditorio del Liceo Rural de Llifén. Este investigador es biólogo de la Universidad de Chile y doctor en Ecología y Conservación de la Universidad de Florida (Estados Unidos) y dirige la escuela en Ingeniería en Conservación de Recursos de la Facultad de Ciencias Forestales de la Universidad Austral de Valdivia.

En 2010, desarrolló un proyecto para niños con discapacidad visual de la Escuela Ann Sullivan de Valdivia, a quienes les enseñó a conocer el bosque nativo del sur de Chile a través del gusto, el tacto y el olfato. Actualmente, entre muchas iniciativas, trabaja en convertir a los habitantes de Panguipulli en observadores permanentes de la biodiversidad del lago del mismo nombre, para conectar a la ciencia con la comunidad.

“El científico no está sólo en el laboratorio o viendo ecuaciones, todos estamos aquí porque tenemos curiosidad y porque hay más misterios que certezas”, explicó a los estudiantes, y agregó que la observación científica, con el método que a él le interesa (pregunta, acción y reflexión) comenzó en el siglo XVII, no ha terminado aún y queda mucho por descubrir.

El doctor Díaz también contó su historia: nació en Santiago, fue al colegio en la década de los ’80 y no tuvo mucha relación con árboles, insectos o aves en su comuna, donde predominaba el cemento, hasta que un día fue a la quebrada de Peñalolén -un lugar que hoy le parece un peladero- y se fascinó mirando. Después alucinó con el esqueleto de ballena en el Museo de Historia Natural y otras experiencias cercanas a la naturaleza. Aunque el orientador de su colegio le dijo que no tendría ningún futuro en esa área, se decidió a estudiar Biología en la Universidad de Chile, una facultad que le pareció un jardín maravilloso lleno de árboles y pájaros.

Siguió investigando y, al llegar a Valdivia, se sumergió en el bosque nativo, guiado por la curiosidad pero ya en condiciones de formular problemas científicos. Para descubrir qué había arriba en los árboles, donde no alcanza la vista, creó un método para subirse en cuerdas a explorar, a treinta metros y más, para saber de qué se trataba la vida en las alturas. Encontró, entre otros hallazgos, 36 tipos de musgos, 15 especies de helechos y nidos de aves que se alimentaban de pequeños frutos, que crecían ahí sólo para asegurar que su semilla fuera esparcida.

“Nada de esto hubiera pasado si le hubiera hecho caso a ese profesor, a ese orientador, que me dijo que no tenía futuro, porque era un pesimista que, en el fondo, me estaba diciendo que yo era hijo de chofer de micro, que vivía en una pobla y que no tenía parientes en Estados Unidos como para hacer carrera allá. Yo pude y todos ustedes podrán, si quieren. Nunca permitan que los desanimen y perseveren en sus esfuerzos”, aconsejó a los estudiantes.

 

 

 

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