Publicado 09-12-2019
Reconocido historiador, periodista y bibliógrafo, Roberto Hernández Cornejo (1877-1966) poseía una de las bibliotecas personales más grandes de su época, con más de 14 mil libros y registros bibliográficos a su haber, incluyendo magazines muy populares de comienzos del siglo XX, como Zig-Zag, Sucesos y Corre Vuela. Como un espejo de la sociedad de su época, estas revistas eran abundantes en sátira política, de manera que muchas de las ilustraciones que publicaban ayudan a entender hoy la idiosincrasia que imperaba en aquellos años, auténtico retrato de la construcción de una identidad nacional que perdura hasta nuestros días.
En 1968 la entonces Universidad del Norte, sede Arica, recibió este invaluable material de manos de la familia del historiador, quien había establecido esta última voluntad para que el país pudiese disponer de este legado, construido durante 80 años de investigación. Fue este contenido el que recogen los académicos del Departamento de Ciencias Históricas y Geográficas de la Universidad de Tarapacá, Rodrigo Ruz, Luis Galdames y Alberto Díaz en el libro “Imaginarios nacionales de la frontera norte chilena. Revistas magazinescas (1833-1930)”, elaborado a partir de dos proyectos de investigación financiados por CONICYT a través de su Programa Fondecyt.
El libro explica cómo a través de estos medios de comunicación se buscaba reforzar la soberanía nacional en la frontera norte recientemente anexada, usando muchos estereotipos que perduran hasta nuestros días, incluida una suerte de superioridad criolla versus la de nuestros vecinos en el altiplano.
El nuevo norte
En su oficina de la UTA, Rodrigo Ruz cuenta que la idea de realizar este trabajo surgió cuando cuando se fueron conociendo las particularidades del material existente en la biblioteca, que posee tres salas dedicadas exclusivamente a la colección bibliográfica de Roberto Hernández. “Zig-Zag fue el principal proyecto editorial en el Chile de inicios del siglo pasado. Publicó las más reconocidas revistas magazinescas con un tiraje nacional, y dirigidas a distinto tipo de público lector: Zig-Zag, Sucesos, Corre Vuela, entre otras publicaciones, que bordaban temas diversos de la realidad nacional e internacional”, explica el investigador.
El joven norte grande chileno, con sus nuevos espacios fronterizos conquistados tras la Guerra de Pacífico, aparecían en las páginas de estas publicaciones, abordando los conflictos que se generaban en aquel entonces. “Pero eran ojos capitalinos los que se plasmaban en estas páginas. Transmitían también una ideología que buscaba fomentar la soberanía en esa zona y contribuir a la conformación del Estado nación”, dice Ruz.
Un ejemplo es la exaltación de ciertos personajes populares, como el “roto chileno”, en contraposición con el “cholo” (negro criollo) de Perú, caricaturas profusamente socorridas, especialmente en las revistas Corre Vuela y Sucesos. El libro asegura que los mensajes de los dibujos que publicaban, tenían una clara intención editorial: dañar y menoscabar la imagen de los personajes vecinos, engrandeciendo al “roto” como un sujeto con mayor fuerza, carácter y virtudes. “El virtuosismo chileno, reflejado en la caricatura, se transformó en una propaganda directa en el contexto de la postguerra, que enfatizó las diferencias entre ambas naciones”, señala la publicación.
Llama la atención también, indica Ruz en el texto, que la representación de lo peruano, por aquellos años, se asociaba a características afrodescendientes “cargada de antivalores, vinculados a la situación general y mundial respecto al menoscabo de “lo negro” en un contexto esclavista y colonialista. Para el caso boliviano, sus representaciones también fueron de menoscabo, “resaltándose antivalores de la época respecto de “lo indio” en cuanto este significaba un retraso y lastre que dificultaba la instalación de un proyecto desarrollista y modernizador chileno. El componente étnico, tanto indígena como negro, colisionaban con la ideología del progreso chileno de la postguerra”.
Construcción de la chilenidad
Desde esta perspectiva, las investigaciones revelan que las publicaciones magazinescas de la época dan cuenta de una política abiertamente “chilenizadora”, como parte de la cual se buscaba invisibilizar el pasado de los países vecinos, resaltando los elementos nuevos y virtuosos que venían de la mano con la administración chilena de los territorios anexados. Los proyectos editoriales estuvieron atravesados por los intereses de los propietarios, editores de las revistas y, posiblemente, también por la ideología de los mismos reporteros, quienes buscaban plasmar la idea de que la modernidad llegaba con la expansión de Chile en la zona norte.
Los reportajes gráficos de Zig-Zag son un buen ejemplo, ya que destacaban ciertos hitos que reflejaban el desarrollo y progreso en la nueva región. Especial atención se puso, por ejemplo, en la inauguración del ferrocarril Arica-La Paz, donde el vasto territorio atravesado por la obra fue representado con la exhibición de mapas en los que se mostraba su trazado, una especie de infografía de la época. “Se presentaba como un ícono triunfante de la tecnología y maquinaria sobre el territorio agreste y hostil de Los Andes. Otro ejemplo es el trabajo de la industria salitrera de Tarapacá, presentado también como un triunfo del hombre y la máquina ante el desierto”, dice Ruz.
Estos recursos, explica el libro, dan cuenta de una realidad fotográfica “arreglada” en los reportajes, versus la realidad “vivenciada”, con imágenes que estaban siempre posadas. De esta forma, se podía proyectar una imagen país, en función de aquello que las capas dominantes querían proyectar, no en función de la realidad, donde abundaba la pobreza.
“Se utilizaron los recursos propios del progreso (como la fotografía y el uso de medios de comunicación masivos), para desplegar e instalar una idea disciplinada y progresista del espacio recientemente incorporado, por medio de las armas, al país”, concluye el libro.
Un discurso muchas veces soberbio, agrega, construido desde el Chile metropolitano, con una idea de chilenidad que sigue presente en el imaginario de nación actual. Un pasado que, aunque no vivimos, “sí se nos refleja y lo asumimos o rechazamos según nuestra subjetividad”, concluye Ruz.
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